Mónica Rozo Vargas
Florida State University
Borderlands/La Frontera: The New Mestiza es un libro escrito por Gloria Anzaldúa en 1987. Este escrito reúne ensayos y poemas en los que la voz poética se fusiona con la voz personal de la propia autora. En esta obra, Anzaldúa aborda cuestiones complejas relacionadas con la identidad, especialmente en el contexto de las ciudades fronterizas entre México y Estados Unidos. Estas ciudades, marcadas por los conflictos históricos, sociales y culturales, son un terreno fértil para explorar cómo se forma la identidad de las personas que nacen y viven allí.Igualmente, a través de su propia experiencia y de su identidad como mujer chicana, de ascendencia indígena y autodefinida como queer, Anzaldúa examina cómo las imposiciones sociales, religiosas y culturales limitan y definen los roles de género. En su caso, estas limitaciones son especialmente significativas debido a las expectativas impuestas por una cultura heteronormativa y patriarcal, que busca reducir el papel de la mujer a las funciones tradicionales de madre y esposa. Sin embargo, Anzaldúa desafía esas expectativas, proponiendo un empoderamiento tanto de la mujer como de los sujetos queer, al reconocer y resistir las estructuras de poder que intentan encasillarla en roles esenciales vinculados a su género y sexualidad.
Este ensayo propone leer Borderlands desde el enfoque de la interseccionalidad, tal como lo plantea Raquel Platero en su obra Intersecciones: cuerpos y sexualidades en la encrucijada (2012). En este texto, Platero sostiene que la sexualidad es el espacio donde las diversas intersecciones sociales, culturales y políticas se encarnan de manera tangible. Además, estas intersecciones revelan las posiciones relativas de los sujetos respecto al poder y cómo las estructuras hegemónicas jerarquizan lo que constituye un privilegio o una forma de exclusión social. Desde este enfoque, podemos argumentar que Anzaldúa, en Borderlands, reconoce cómo su sexualidad está impregnada de los factores históricos, sociales y culturales que intentan subyugarla, tanto como mujer y como sujeto queer.
La figura de la nueva mestiza propuesta por Anzaldúa puede entenderse entonces como un ser capaz de reconocer y navegar estas intersecciones. En su proceso de construcción identitaria, la nueva mestiza toma de las culturas mexicanas, chicanas, indígenas y estadounidenses solo aquellos elementos que enriquecen y fortalecen su identidad, sin quedar atrapada en los roles esencialistas que intentan limitarla a la figura tradicional de mujer sumisa. Así, Anzaldúa propone una reconfiguración de la identidad que se aleja de las imposiciones patriarcales y heteronormativas, permitiendo una mayor autonomía en la construcción del ser. De manera adicional, es fundamental señalar que la conciencia de estas intersecciones y la toma de poder sobre la propia identidad sexual es lo que permite que la nueva mestiza no solo reconozca las restricciones impuestas sobre ella, sino que también pueda transgredirlas. En este sentido, Borderlands no solo se presenta como una reflexión sobre la identidad y la sexualidad, sino también como una denuncia de las estructuras de poder que tratan de definir y limitar la autonomía de los sujetos. Anzaldúa demuestra que la resistencia comienza con el reconocimiento de estas imposiciones estereotipadas, las cuales, en última instancia, pueden ser desafiadas.
Mara Viveros Vogoya argumenta que el concepto de interseccionalidad fue acuñado en 1989 por la abogada afro-estadounidense Kimberlé Crenshaw. Con esta noción, Crenshaw buscaba destacar cómo las mujeres negras en Estados Unidos se veían expuestas a violencias y discriminaciones derivadas tanto de su raza como de su género. Su objetivo principal era crear categorías jurídicas específicas que pudieran abordar las discriminaciones que ocurren en múltiples niveles (Viveros Vogoya 5). Con el tiempo, el concepto de interseccionalidad se consolidó como una teoría clave en los contextos académicos y dentro de los movimientos feministas, que buscan visibilizar las desigualdades múltiples que afectan a los sujetos en relación con la raza, el género, y la clase social en sociedades específicas. En 2012, Raquel Platero en su libro Intersecciones: Cuerpos y Sexualidades en la Encrucijada, ha ampliado este concepto, aplicándolo específicamente a las sexualidades no normativas. Platero analiza cómo estas sexualidades tienen un impacto directo en las vidas de los individuos que las expresan, a la vez que se intersecan con otros factores sociales, culturales y políticos. La autora sostiene que las sexualidades no normativas son una de las formas en que los sujetos se encuentran intersecados y que esto conlleva a que sean discriminados (54). Sin embargo, subraya que existen otros factores que contribuyen a la construcción de desigualdades y discriminaciones, más allá de la sexualidad. Por ejemplo, ser una mujer lesbiana puede ser considerado no normativo, pero, cuando se contextualiza dentro de factores como la etnia o la clase social, las consecuencias negativas de esta sexualidad no normativa se amplían.
En este sentido, Platero sugiere que, para comprender las complejidades de las sexualidades no normativas, es necesario adoptar nuevos enfoques y metodologías que examinen la sexualidad en relación con la etnia, la posición socioeconómica, la religión, la migración y otros factores interrelacionados. Según la autora, es en la sexualidad donde las diversas intersecciones se encarnan, y es a través de ellas que se evidencian las relaciones de poder (53). Los grupos en el poder son los que deciden jerarquizar qué constituye un privilegio y qué se considera una forma de exclusión social. En consecuencia, las identidades que no encajan en las normas establecidas son más propensas a ser marginadas. El concepto de interseccionalidad, tal como lo presenta Platero, puede entenderse como un marco teórico que examina los diferentes rasgos “identitarios” que caracterizan a un individuo, tales como el género, la clase social, la etnia, la lengua, la sexualidad, la religión, y la nacionalidad. Estos rasgos configuran la manera en que un individuo experimenta y se posiciona en el mundo. Además, la autora subraya cómo estas “características identitarias” tienen un impacto significativo sobre los individuos, ya que son las que determinan las dinámicas de poder y opresión que enfrentan en la sociedad.
Uno de los aspectos más relevantes que se exploran en el libro de Platero es la utilidad de pasar de una mirada monofocal sobre las personas y la sexualidad, a una mirada más compleja que considere la intersección de factores como la clase social, la diversidad funcional, y la etnia. Esta reflexión invita a cuestionar las categorías rígidas y simplistas con las que a menudo se aborda la identidad, proponiendo en su lugar un enfoque más dinámico y multidimensional que reconozca la complejidad de las experiencias humanas. Así, si tomamos como ejemplo la obra de Anzaldúa, podemos preguntarnos: ¿cuáles son las consecuencias de ser una mujer lesbiana en una sociedad tradicionalista chicana?
En la cultura, uno de los componentes más importantes que determina tanto al individuo como al colectivo son las reglas y expectativas mediante las cuales una sociedad regula la conducta de sus miembros a través de un sistema de creencias preestablecidas. Estas creencias definen lo que se considera correcto e incorrecto en el actuar de quienes participan en esa sociedad (Díaz 3). En Borderlands, Gloria Anzaldúa reconoce cómo la cultura chicana está impregnada por discursos opresivos que buscan definirla, los cuales, en el proceso de construcción de su identidad, la voz narrativa de la obra debe desafiar y superar.
Al revisar las figuras femeninas dentro de la cosmovisión indígena antes, durante y después del establecimiento de los colonizadores españoles en lo que hoy se considera México, Anzaldúa señala un fenómeno importante: “Tonantsi became Guadalupe, the chaste protective mother, the defender of the Mexican people” (28). Esta transformación de la figura indígena Tonantsi en la Virgen de Guadalupe refleja cómo el fervor religioso de la cultura chicana se entrelaza con los cambios históricos y sociales impuestos por la colonización. La implantación del catolicismo español en los territorios latinoamericanos tuvo efectos profundos y duraderos, especialmente en las expectativas sociales y religiosas impuestas a las mujeres.
El catolicismo, con su fuerte veneración por la figura de la Virgen María como madre de Jesús, ha influido significativamente en los roles sociales impuestos a las mujeres. Como sostiene Stolcke, “El objetivo primordial de la empresa colonial fue, sin lugar a dudas, el enriquecimiento del Estado. No obstante, la Iglesia católica jugó un papel tan importante como la Corona en perfilar las políticas coloniales españolas y portuguesas, y en la interrelación de los europeos con los nativos y los esclavos africanos” (1). La imposición de los valores religiosos durante la colonización no solo buscaba la conversión espiritual, sino también la creación de una estructura social en la que las mujeres fueran relegadas a un rol subyugado, principalmente como esposas y madres, lo cual dificultaba su participación en roles que fueran más allá de la esfera doméstica. Los estereotipos que Anzaldúa señala que se les imponen a las mujeres en la sociedad chicana tienen su origen en estos valores coloniales y religiosos. De acuerdo con Anzaldúa, “The culture and the Church insist that women are subservient to males. If a woman rebels, she is a mujer mala. If a woman doesn’t renounce herself in favor of the male, she is selfish. If a woman remains virgin until she marries, she is a good woman” (17). Estos roles tradicionales, que incluyen la expectativa de que las mujeres se casen y tengan hijos, no son solo promovidos por la iglesia y la cultura, sino también internalizados por las propias mujeres de la comunidad. Anzaldúa comparte una experiencia personal en la que otras mujeres de su comunidad le preguntan: “¿Y cuándo te casas, Gloria? Se te va a pasar el tren” (39). Este cuestionamiento revela la presión social que las mujeres enfrentan para cumplir con lo que se espera de ellas: casarse y tener hijos antes de una determinada edad.
Como se mencionó antes, el fervor religioso y las expectativas culturales que definen el papel de la mujer en la sociedad chicana están intensamente ligados a la figura religiosa de la Virgen María. Como señala Fuller, “La Virgen María proporciona un patrón de creencias y prácticas” (13). Este patrón establece un modelo idealizado de mujer: la madre sacrificada que antepone las necesidades de su familia a las suyas propias. Esta imagen de la mujer como madre y esposa es lo que culturalmente se considera “correcto” y deseable. Anzaldúa afirma: “Women are made to feel total failures if they don’t marry and have children” (39). Este sentimiento de fracaso está arraigado en los arquetipos y estereotipos que definen a las mujeres dentro de los marcos sociales y religiosos impuestos por la cultura dominante. Carmen del Río, al observar cómo diversas autoras chicanas, incluida Anzaldúa, han evocado la figura de la Virgen de Guadalupe, señala que:
These writers, these women are not just rebelling against, negating, and challenging their cultural sacred cows (bulls?), although they are certainly doing so with an in your-face fearlessness. They are also, and perhaps more significantly, reappropriating, uncovering and recovering their true identities as women in their imaginative and daring journeys through “the rubble of history,” shedding light on, and giving voice to, a long tradition of silence and oppression in the name of God or, as she is known in Mexico, La Virgen de Guadalupe. (13)
Esta reflexión resalta el proceso de reapropiación que Anzaldúa y otras escritoras chicanas emprenden al revisar críticamente los mitos y arquetipos que históricamente han limitado a las mujeres. En Borderlands, Anzaldúa presenta cómo la sociedad chicana impone roles sociales que ella considera negativos, ya que las coloca en una posición esencialista, especialmente en relación con su género. La cultura, a través de la iglesia y los valores tradicionales, ha intentado encasillar a las mujeres en roles específicos, limitando su autonomía y sus posibilidades de desarrollo fuera del ámbito doméstico. Al desafiar estos roles y revelarlos como productos de una cultura patriarcal y religiosa, Anzaldúa expone la doble función de estos estereotipos: primero, cuando una mujer se rebela contra estos roles, la sociedad la considera una transgresora; segundo, cuando una mujer sigue el camino establecido, su libertad personal se ve restringida por las expectativas ajenas. La lucha contra estos arquetipos y estereotipos también tiene una dimensión más liberadora, como sugiere Claudia Salazar, quien afirma que “la frontera se convierte en un espacio que, a la vez que es atravesado por varios discursos, permite la liberación del sujeto de los sistemas opresivos. Habitar la frontera permite descolonizar los cuerpos y los saberes” (5). De esta manera, la frontera, como metáfora y como espacio físico, se convierte en un lugar de resistencia y reconfiguración identitaria, donde se cuestionan las estructuras sociales impuestas y se abre la posibilidad de que el sujeto —en este caso, la mujer chicana— se despoje de las expectativas tradicionales y se reconstruya a sí misma. En este sentido, Borderlands es una obra que no solo denuncia las intersecciones culturales y religiosas que limitan a las mujeres chicanas, sino que también ofrece una plataforma para la reconfiguración de la identidad femenina y queer. Al reconocer y desafiar los roles impuestos por la cultura y la iglesia, Anzaldúa propone una nueva forma de ser mujer que trasciende los límites de lo tradicional y se abre a nuevas posibilidades de empoderamiento y autodeterminación.
Un aspecto crucial en la obra de Gloria Anzaldúa es el empoderamiento femenino que propone la autora al rechazar las imposiciones culturales que intentan encasillar a las mujeres en roles específicos, particularmente en relación con su género y sexualidad. Anzaldúa evidencia cómo, en la construcción de una identidad, ser madre y esposa, o simplemente tener una actitud servil hacia el hombre, es presentado como el objetivo final para las mujeres en la cultura chicana que describe en su obra. Frente a estas imposiciones sociales, la autora propone la figura de la nueva mestiza, un ser capaz de reconocer las intersecciones culturales, sociales y sexuales que intentan delimitar su lugar en el mundo. La nueva mestiza no se limita al aspecto fenotípico o a una identidad fija; por el contrario, es un sujeto que construye su propia identidad reconociendo y desafiando las intersecciones culturales, sociales y sexuales que la definen.
Anzaldúa plantea que, en su contexto cultural, las mujeres son constantemente cuestionadas por no cumplir con los roles tradicionales de esposa y madre. Este cuestionamiento es evidente en la obra cuando Anzaldúa comparte que, a menudo, le preguntan si algún día se va a casar y a tener hijos. Este tipo de interrogante revela la presión que la sociedad chicana ejerce sobre las mujeres para que se ajusten a un modelo único de realización femenina. Sin embargo, Anzaldúa responde de manera rotunda y desafiante: “Pos si me caso no va a ser con un hombre” (39). Este rechazo explícito a las expectativas heteronormativas, combinado con la afirmación de una sexualidad no normativa, se convierte en una forma de resistencia a las imposiciones sociales y culturales que definen lo que se espera de ella y en general de todas las mujeres. Este acto de resistencia puede entenderse dentro del marco de lo que Raquel Platero llama la interseccionalidad, una teoría que examina cómo los diferentes aspectos de la identidad (como el género, la raza, la sexualidad y la clase) se interrelacionan para dar forma a la experiencia individual y colectiva de las personas. En este contexto, Anzaldúa muestra cómo las mujeres son intersecadas por las normas culturales y sociales, que asignan roles específicos basados en el género, pero también en la cultura y la religión. Como ella misma señala: “To avoid rejection, some of us conform to the values of the culture, push the unacceptable parts into the shadows” (20). Destacando que en la sociedad chicana, donde el matrimonio y la maternidad son vistos como los logros más altos de una mujer, aquellas que no se ajustan a estas normas son señaladas y marginalizadas, por lo tanto, muchas mujeres se ven obligadas a asumir un rol pasivo que les permita ser parte de su sociedad.
Sin embargo, Anzaldúa introduce una alternativa: “Today some of us have a fourth choice: entering the world by the way of education and career and becoming self-autonomous” (39). Aquí, la autora señala la educación formal como una vía que permita a las mujeres gozar de un tipo de autonomía que les permita liberarse de los roles tradicionales impuestos por la cultura y la religión. En su propuesta, la nueva mestiza tiene la capacidad de cuestionar las expectativas sociales y decidir por sí misma qué quiere ser, independientemente de lo que la cultura y la religión le hayan dicho que debe ser. De esta manera, Anzaldúa propone que, en lugar de aceptar pasivamente los roles tradicionales de esposa y madre, las mujeres deben intentar liberarse a través del conocimiento y la educación. Este proceso de auto empoderamiento es fundamental para la construcción de una identidad auténtica. Al educarse, las mujeres adquieren el poder de tomar decisiones informadas sobre su vida y su futuro, lo que les permite desafiar las normas culturales que las han limitado. En este sentido, el conocimiento no solo se convierte en una herramienta de liberación, sino también en un medio para cuestionar y desmantelar los sistemas de opresión que atraviesan las identidades femeninas para así crear una sociedad más equitativa donde las mujeres no sean únicamente definidas o encasilladas en el plano de lo domestico.
Debido a esto, Anzaldúa aborda el concepto de responsabilidad en relación con la libertad personal y colectiva. En su obra, señala que “(t)he ability to respond is what is meant by responsibility, yet our culture takes away our ability to act—shackle us in the name of protection” (43). Recalcando cómo en una sociedad patriarcal, bajo la premisa de proteger a las mujeres, culturalmente se les restringe y limita su capacidad para actuar de manera autónoma. Este proceso que podría definirse en una especie de sumisión en nombre de la protección refleja cómo las normas culturales no solo asignan roles rígidos a las mujeres, sino que también les quitan la responsabilidad de decidir por sí mismas. Al reconocer esta imposición, la nueva mestiza puede responder de manera activa, tomando control de su vida y de su identidad, y en alguna manera, desafiando las expectativas sociales.
En este proceso de liberación, Anzaldúa no solo describe una transformación personal, sino también un acto político y cultural. La nueva mestiza que propone es alguien que se rebela contra las expectativas de género impuestas por la cultura y la religión, pero también que se construye a sí misma reconociendo las intersecciones que la han moldeado. Esta forma de resistencia no es solo una acción individual, sino que implica una respuesta colectiva a las estructuras opresivas que buscan limitar las opciones de las mujeres. Finalmente, el empoderamiento femenino que Anzaldúa plantea no se trata solo de rechazar los roles impuestos por la cultura, sino también de reconfigurar lo que significa ser mujer en una sociedad chicana. La nueva mestiza es un ser autónomo, consciente de las intersecciones que la definen, y capaz de utilizar su conocimiento y su educación para subvertir los sistemas de opresión. En este sentido, la identidad femenina se convierte en un proceso dinámico, donde las mujeres tienen la capacidad de definir su propio destino, en lugar de ser definidas por los roles tradicionales que la sociedad les asigna.
Es fundamental resaltar que, en Borderlands, Anzaldúa no rechaza todos los aspectos de su cultura chicana; más bien, cuestiona y rechaza aquellos que le imponen un lugar servil en función de su género. De hecho, Anzaldúa reconoce los aspectos positivos de ser una mujer chicana y las características que, según ella, están ligadas a su “raza.” En varias ocasiones, la autora expresa una afinidad por elementos de su cultura mexicana e indígena, especialmente aquellos vinculados a la resistencia histórica, como afirma: “Esos movimientos de rebeldía que tenemos en la sangre nosotros los mexicanos surgen, como ríos desbocados en mis venas” (15). Luego prosigue: “(m)y Chicana identity is grounded in the Indian woman’s history of resistance” (21). Esta resistencia, que forma parte de su identidad mestiza, es la que le permite desafiar las imposiciones que la sociedad y la cultura chicana le intentan imponer como mujer.Sin embargo, a la par que reconoce los aspectos positivos de su herencia cultural, Anzaldúa no duda en señalar las contradicciones y limitaciones de esta misma cultura, especialmente en lo que respecta al trato hacia las mujeres. Ella misma declara: “I abhor some of my culture’s ways, how it cripples its women, como burras … the ability to serve, claim the males … I abhor how my culture makes macho caricatures of its men” (43). Este rechazo no es hacia la totalidad de su cultura, sino hacia las estructuras opresivas que limitan a las mujeres a roles subyugados, condicionándolas exclusivamente a servir y a someterse a los hombres.
La dualidad de su postura es crucial. Por un lado, Anzaldúa resalta la fuerza y la rebeldía que caracteriza a su gente, la cual considera una fuente de resistencia contra las imposiciones externas. Por otro lado, rechaza los elementos de su cultura que perpetúan una visión machista y patriarcal. Este rechazo es esencial para la construcción de su identidad como mujer mestiza, en la que la autora se posiciona como un ser capaz de discernir y rechazar lo que la cultura le impone, apropiándose solo de aquellos aspectos que le permiten forjar una identidad autónoma y empoderada. En este proceso de autoconstrucción, Anzaldúa propone que, si su cultura le niega el derecho a “pertenecer,” ella tomará una postura firme para reclamar su espacio, creando una nueva cultura, una cultura mestiza, que se edifica con, “my own lumber, my own bricks and my own feminist architecture” (44). La nueva mestiza, entonces, no es una figura que simplemente se acepta y asume pasivamente lo que las tres culturas en contacto con ella le ofrecen, sino que es un sujeto activo que rechaza las imposiciones y construye su propia identidad desde su autonomía y conciencia crítica.
La propuesta de Anzaldúa sobre cómo una mujer debe construir su identidad está estrechamente vinculada al reconocimiento de las intersecciones que la atraviesan. En su obra, la autora sugiere que el trabajo de la conciencia mestiza implica “breaking down the subject-object duality that keeps her a prisoner” (80). En otras palabras, se trata de deshacer las dicotomías estrictas que separan a los sujetos de los objetos, los opresores de los oprimidos, y las diferencias raciales, de género y de sexualidad. Anzaldúa aboga por una conciencia colectiva que trascienda las divisiones que estructuran las jerarquías sociales y de género, con la esperanza de llegar a un mundo más justo. La clave está en sanar la división entre los géneros y las razas, que se originan en las bases mismas de la cultura. En este proceso, la mujer mestiza debe ser consciente de las expectativas culturales y religiosas que le asignan un rol determinado, como el de ser esposa, madre y cuidadora del hogar. Anzaldúa reflexiona sobre su propia experiencia con la religión y la sexualidad, afirmando: “Being lesbian and raised Catholic, indoctrinated as straight, I made the choice to be queer” (41). Este pasaje subraya cómo, en un entorno cultural y religioso que predica la heterosexualidad, ella toma una decisión autónoma, desafiando las expectativas heteronormativas y el mandato de conformarse a un modelo de mujer tradicional. La opción de vivir una sexualidad queer es, para Anzaldúa, una forma de resistir las imposiciones de la cultura y la religión, y de construir una identidad basada en la elección personal y la autocomprensión.
Anzaldúa, a lo largo de Borderlands, hace una crítica feroz a las maneras en que la cultura moldea las expectativas sobre la sexualidad humana. Ella sostiene que, “It claims that human nature is limited and cannot evolve into something better, but I like other queer people, am two in one body, both male and female” (41). Con esto, resalta la afirmación de la autora sobre su derecho a una identidad fluida y diversa, que desafía las limitaciones impuestas por una visión binaria de género. Al mismo tiempo, Anzaldúa subraya que la identidad humana, y en particular la femenina, debe ser entendida como un proceso dinámico, basado en el conocimiento personal, que permite cuestionar las normas impuestas y tomar decisiones autónomas sobre quién se quiere ser.
A modo de conclusión,En Borderlands, Anzaldúa nos invita a reflexionar sobre la interseccionalidad que atraviesa a los cuerpos femeninos en la cultura chicana. Las mujeres chicanas, como la autora misma, enfrentan múltiples intersecciones que intentan asignarles un lugar predefinido en el mundo, especialmente a través de los roles que la cultura, la religión y la sociedad les imponen. Estos roles, como el de ser esposa y madre, se asocian con una identidad esencialista que limita la autonomía de las mujeres. La respuesta de Anzaldúa es la construcción de la nueva mestiza, una mujer que toma conciencia de las intersecciones que la atraviesan, rechaza las imposiciones culturales y religiosas que intentan definirla, y forja una nueva identidad, una identidad que incorpora lo positivo de su cultura pero que se libera de lo negativo.
La nueva mestiza no se somete a los roles preestablecidos, sino que es capaz de reconfigurar su identidad basándose en su propia conciencia, en su conocimiento y en sus elecciones personales. Esta actitud contestataria se convierte en una forma de empoderamiento que cuestiona las estructuras opresivas y reivindica el derecho de las mujeres a decidir quiénes quieren ser, independientemente de lo que la sociedad, la cultura o la religión les digan.
Obras citadas
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