Cristina Gómez Sánchez
The University of Alabama
En el siglo XVII, España atravesaba un periodo de declive como potencia europea, marcado por crisis económicas, pérdidas territoriales y derrotas militares que debilitaron su influencia global. Entre los efectos más visibles de esta crisis estaban la inflación, el aumento de la pobreza y el desempleo, fenómenos que, según José Andrés Ucendo, “genera[ron] una notable alza en las exigencias fiscales debido a la costosa política exterior de los Austrias” (359). Esta presión fiscal adicional recayó sobre una población ya empobrecida, agravando aún más sus condiciones de vida. Como señala el duque de Maura Gamazo, “lo único decadente estaba siendo en España, desde comienzos del siglo XVII, la política nacional” (330), sumándose así al deterioro general del país. En este contexto, la nobleza también enfrentaba su propia decadencia y corrupción, lo que contribuyó a la desintegración social y obligó a muchos hombres a participar en conflictos bélicos o a enfrentarse a la pobreza como única forma de responder a esta crisis tanto social como política.
En este contexto de crisis, la construcción de la masculinidad ideal se vio profundamente afectada. Según Lehfeldt, esta masculinidad estaba indisolublemente ligada a un modelo patriarcal basado en la nobleza, la autoridad y el honor, pero enfrentaba nuevas tensiones derivadas de las presiones sociales y económicas de un mundo en transformación. La decadencia y corrupción de la nobleza, mencionadas por Lehfeldt, contribuyeron a la desintegración social, mientras que los hombres, especialmente aquellos de la nobleza empobrecida. Estas circunstancias exigían una constante renegociación de su identidad masculina en un entorno cada vez más adverso.
La masculinidad de la época se convirtió en un constructo profundamente influenciado por las expectativas sociales y culturales predominantes. El hombre ideal era percibido como autoritario, proveedor y protector, tanto en el ámbito familiar como en el social. Sin embargo, estas expectativas variaban según el estatus social, económico y religioso del individuo. Lehfeldt argumenta que “si el comportamiento masculino adecuado era parte de la solución al declive de España, entonces todos los hombres tendrían que ser instruidos sobre cómo comportarse, o el edificio entero de la masculinidad se desplomaría” (467), pero esta uniformidad nunca se alcanzó. En medio de esta inestabilidad, las realidades diarias de los hombres chocaban con estos ideales, generando sentimientos de incapacidad para cumplir con su rol como pilares económicos de sus familias o como guardianes del honor.
Este ensayo analizará cómo los hombres de la época negociaban su identidad masculina en el contexto familiar y social, explorando las dinámicas de poder dentro del hogar y las presiones externas que influían en su comportamiento. Se abordará la crisis de la nobleza, la venta de nobleza (transferencia de títulos y propiedades nobiliarias por dinero) y de hidalguía (adquisición de estatus de hidalgo por parte de la burguesía, desafiando las nociones tradicionales de linaje y honor). Asimismo, se explorarán las tensiones entre las expectativas patriarcales y las realidades económicas. El propósito de este análisis es comprender cómo los ideales de masculinidad impactaban a los hombres que enfrentaban desafíos en una sociedad en declive, con la ayuda de ejemplos tomados de la literatura del Siglo de Oro, que con frecuencia reforzaba dichos ideales.
Contextualización
La familia ocupaba un lugar central en la vida social y económica de la España del siglo XVII, con la figura masculina arraigada en las expectativas patriarcales que la época imponía. Los hombres eran vistos como los principales proveedores y defensores del honor familiar debido a las normas patriarcales que les asignaban el control social y moral de la familia. El honor, especialmente en la nobleza, era un bien preciado que los hombres debían proteger, tanto a través de su conducta como frente a cualquier ataque a la honra femenina, aspecto este que incidía directamente en su propio prestigio. Fiorentini explica que “[e]l hecho de que a los confesores se les recomendara tratar en la confesión a las mujeres y a los muchachos de poca edad de la misma manera, confirma que estas eran consideradas como menores de edad; por lo cual era necesario que las mujeres estuvieran bajo la tutela de alguien que las pudiera guiar, llámese padre, esposo o espiritual” (40-41), así, el autor afirma que las mujeres en esa época eran consideradas seres irracionales y debían ser protegidas. Este concepto de honor masculino regulaba las relaciones interpersonales y estructuraba la identidad de los hombres dentro del hogar. Como nos dice Fiorentini, “a pesar de que se reconocía a la mujer como la principal responsable del cuidado de la casa y de los hijos el poder para gobernar a la comunidad doméstica residía en el paterfamilias” (46). El esposo, por lo general también padre, tenía la responsabilidad de guiar a la familia, proteger su reputación y asegurar su bienestar material.
Las dinámicas de poder dentro del hogar reflejaban la tensión entre los ideales patriarcales y las realidades económicas. Con la migración del campo a la ciudad, los hombres dejaron de ejercer trabajo manual y pasaban más tiempo en casa, un espacio que tradicionalmente se asociaba con las mujeres. Este cambio en los roles de género en el ámbito doméstico tiene paralelismos con lo descrito por Jaworski sobre la segunda guerra mundial y el cambio en los roles de género. Él explica que “hubo una reducción sustancial en la oferta laboral masculina debido al reclutamiento voluntario e inducciones bajo la Ley de Servicio Selectivo de 1940” (171). En el caso de la España del siglo XVII, los hombres debían ejercer autoridad sobre sus esposas, hijos y criados, ya que la sociedad y las leyes de la época esperaban de ellos que mantuvieran el orden y protegieran el honor familiar. Sin embargo, la falta de recursos, agravada por los conflictos bélicos y las presiones económicas, debilitaba su posición de poder. Este fenómeno reflejaba una lucha constante entre los ideales tradicionales de autoridad masculina y la realidad de un entorno que limitaba sus capacidades para ejercer dicha autoridad de manera efectiva.
Por otro lado, la crisis económica y la marcha de los hombres, debido a la guerra o a la migración laboral, obligaron a las mujeres a asumir roles más activos en la gestión de los asuntos domésticos. Esta situación, aunque necesaria, ponía en tela de juicio la estructura jerárquica tradicional del hogar. Las mujeres se vieron obligadas a tomar decisiones económicas y familiares en ausencia de sus maridos, lo que implicaba una reconfiguración de la división del trabajo y del poder dentro del hogar. Esta situación evidenciaba cómo las mujeres, aunque en un contexto de necesidad, podían subvertir o, al menos, poner en duda las normas establecidas que limitaban su poder y autonomía. Muchas mujeres, a su vez, tuvieron que hacerse cargo de los negocios para poder mantener a sus familias. Goldin explica que el paso del trabajo doméstico al comercial fue fundamental en el desarrollo de la figura de la mujer: “the transfer of women’s work from the household to commercial employment is one of the most notable features of economic development” (708). Jaworski describe este fenómeno en el contexto de la segunda guerra mundial como el “efecto de la movilización de mano de obra durante la Segunda Guerra Mundial […] cómo las mujeres tuvieron que asumir trabajos dominados por hombres debido a que los hombres luchaban en la guerra por su país” (170).
Aunque en ese momento se trataba de una medida temporal y forzada, en el siglo XVII español, la constante ausencia masculina por diversas razones sociales y económicas propició una inversión de roles, creando tensiones dentro de una estructura patriarcal que, en teoría, debía ser inquebrantable. Domínguez Ortiz comenta que “se suponía que la sangre noble infundía valor, y que un ‘hombre de obligaciones’, que debía velar por su reputación, estaba más atado a las estrictas consignas del honor” (272).
La capacidad de los hombres para cumplir con este ideal de masculinidad se veía profundamente afectada por las crisis económicas y las continuas guerras que caracterizaron este período. La Guerra de los Treinta Años, junto con la inflación y el desempleo, complicaba la posibilidad de que muchos hombres pudieran mantener a sus familias. Este choque entre las expectativas sociales y las realidades económicas puso en tensión su identidad como protectores y pilares del hogar. Lehfeldt señala que “la crisis más aguda de la masculinidad en España puede haber sido la incapacidad de estos autores para crear un modelo sistemático y coherente de nobleza masculina que pudiera ser representado de manera realista por los hombres del siglo XVII” (475), cuestionando así la propia viabilidad del modelo masculino en un contexto de decadencia.
Ejemplos literarios de una masculinidad en crisis
Si nos fijamos en los ejemplos literarios del siglo de oro podemos ver cómo en La vida de Lazarillo de Tormes, el protagonista narra cómo las expectativas económicas y sociales de su tiempo afectan tanto a su propia supervivencia como a la percepción de honor de las figuras masculinas que lo rodean. Los amos de Lázaro, especialmente el escudero, muestran cómo la precariedad económica puede minar la capacidad de los hombres para cumplir con las expectativas de honor. Este amo, aun siendo pobre, sigue obsesionado con el honor y las apariencias, buscando mantener una posición elevada en la sociedad a pesar de su falta de recursos, “[e]res mochacho -me respondió- y no sientes las cosas de la honra, en que el día de hoy está todo el caudal de los hombres de bien. Pues te hago saber que yo soy, como vees, un escudero” (29). Él, a su vez, expresa claramente su visión sobre cómo las jerarquías sociales y el honor están ligados al dinero y al estatus. Los pobres y aquellos de menor rango social no son dignos de los mismos saludos que los nobles, lo que refleja la importancia que él da a las apariencias. “A los hombres de poca arte dicen eso, mas a los más altos, como yo, no les han de hablar menos de: ¡Beso las manos de vuestra merced!, o por lo menos: ¡Besos, señor, las manos!, si el que me habla es caballero” (Anónimo, 29-30). De la misma manera, el escudero reflexiona sobre la pérdida de su estatus social y sus bienes, destacando cómo la precariedad económica y la lucha por el honor se entrelazan en su vida: “…se cumplió mi deseo y supe lo que deseaba; porque un día que habíamos comido razonablemente y estaba algo contento, contóme su hacienda y díjome ser de Castilla la Vieja, y que había dejado su tierra no más de por no quitar el bonete a un caballero, su vecino” (Anónimo, 29).
En este sentido, Clark Colahan y Jeannine Uzzi apuntan cómo en la sociedad de La vida del lazarillo de Tormes predominan los bienes falsos, como la codicia por el dinero y la búsqueda de notoriedad, que sustituyen al verdadero honor: “the prominence given the prevalence in society of false ‘goods,’ especially greed for money and a notoriety that substitutes for real honor” (26). Los valores tradicionales de honor, basados en la virtud y la integridad, se ven desplazados por deseos superficiales y materiales. Como señalan los autores, esta ironía subraya la crítica a los ideales impuestos por las estructuras patriarcales, que, centrados en la apariencia y el estatus social, imponen modelos de honor inalcanzables. En este contexto, personajes como el escudero tratan de mantener una fachada de honor y nobleza, a pesar de su pobreza. La sociedad, obsesionada con las apariencias, exige una exhibición de honor que los individuos no pueden sostener sin los recursos materiales necesarios. Esta desconexión entre la moralidad auténtica y los ideales superficiales pone en cuestión la validez de un sistema que valora más la imagen que la verdadera esencia del honor.
En textos como el Tratado de nobleza de Juan Benito Guardiola, la noción de honor y linaje se presenta como un aspecto esencial de la identidad masculina, vinculada estrechamente a la sangre noble. Sin embargo, en un contexto de creciente movilidad social, como se observa en el Galateo español de Gracián Dantisco, esta visión de la nobleza se complementa con la importancia de la cortesía y las apariencias como herramientas necesarias para mantener el honor. Gracián destaca que, aunque las virtudes y cualidades externas de un hombre pueden ser apreciadas, no son suficientes sin una base práctica que respalde su estatus. En sus palabras, “todo eso es muy bueno para después de comer y de cenar, pero no me decís de qué oficio vive y gana de comer, qué provecho tiene de su persona o en qué le pueden haber menester” (20-21). Esta cita refleja cómo la noción de honor y linaje, aunque fundamental, se ve reforzada por la capacidad de un hombre para sostenerse económicamente y mantenerse dentro de las normas sociales, lo que demuestra cómo la masculinidad noble evolucionó para integrar tanto el linaje como las normas de comportamiento externo.
Sin embargo, en su Galateo Español, Lucas Gracián Dantisco incorpora la dimensión de la cortesía y las apariencias como herramientas necesarias para mantener el honor en un contexto de movilidad social creciente: “lo que yo estimo que se debe hacer para que, comunicando y tratando con la gente, seas bien acostumbrado y tengas trato y conversación apacible y agradable; que no es menos esto que virtud” (19). Esto ilustra cómo la masculinidad noble evolucionó para integrar las normas de comportamiento externo como un complemento al linaje. Esta evolución en la concepción del honor y la masculinidad también se ve reflejada en la literatura del Siglo de Oro, donde los personajes encarnan y cuestionan los ideales tradicionales desde distintos ángulos. En
En La española inglesa de Cervantes, la crisis de la masculinidad y el honor se presenta como un tema central, particularmente en la figura de Ricaredo, quien enfrenta un complejo conflicto entre su deber, su pasión y las expectativas sociales impuestas por su contexto cultural y nacional. El honor masculino de Ricaredo se ve constantemente desafiado, especialmente cuando se plantea la cuestión de proteger a Isabela, la heroína, cuyo honor también está vinculado al de su futuro esposo. A través de las decisiones de Ricaredo y otros personajes, como Clotaldo, se revela cómo el honor de Isabela se convierte en un símbolo de prestigio y poder, lo que pone en evidencia las tensiones entre el deber y la codicia personal. Como se menciona en el texto, “discurrieron aquella noche en muchas cosas, especialmente en que si la reina supiera que eran católicos no les enviara recaudo tan manso, por donde se podía inferir que solo quería ver a Isabela, cuya sin igual hermosura y habilidades habría llegado a sus oídos” (Cervantes, 248). Esto refleja cómo el honor de Isabela, más allá de su belleza, está en juego en la lucha por el reconocimiento social. Además, Ricaredo y su familia enfrentan el dilema de casar a Isabela sin la licencia de la reina, lo que les hace sentir culpables, aunque no lo consideran un error grave: “[p]ero también en esto se culpaban, por haber hecho el casamiento sin licencia de la reina, aunque esta culpa no les pareció digna de gran castigo” (Cervantes, 248).
La novela también ilustra cómo Isabela se convierte en una figura central de honor y poder, cuando “toda esta honra quiso hacer Clotaldo a su prisionera, por obligar a la reina la tratase como a esposa de su hijo” (Cervantes, 248), lo que subraya cómo el honor se ve reflejado en la figura femenina. Finalmente, el conflicto se profundiza cuando Ricaredo defiende el honor de Isabela, exigiendo su restitución con las palabras: “Clotaldo, agravio me habéis hecho en tenerme este tesoro tantos años ha encubierto; mas él es tal que os haya movido a codicia: obligado estáis a restituírmelo, porque de derecho es mío” (Cervantes, 249). Así, Cervantes presenta un modelo de masculinidad en crisis, dividido entre la pasión, el deber y las presiones sociales, que se enfrenta a las complejidades del honor en un contexto histórico y cultural cargado de expectativas contradictorias. En este sentido, la literatura de la época no solo retrata esta crisis, sino que también ofrece un espacio para explorar y criticar las estructuras de poder.
Este concepto de honor también se refleja en las obras de Calderón de la Barca, como en El médico de su honra. Según Margaret Greer, la obra subraya cómo los conflictos de poder dentro de la estructura familiar revelan la amenaza que las mujeres podían representar para el honor masculino en situaciones de crisis. Como señala Greer citando a Regalado, “el problema de lo justo y de lo injusto es la pasión de Calderón, su obsesión, el tuétano de su sentimiento trágico de la vida, el núcleo de su metafísica” (56). La figura de la esposa infiel, que amenaza la honra del marido, se convierte en un catalizador para la violencia y el desenlace trágico, reflejando el temor de la época hacia la erosión de la autoridad patriarcal. Este tipo de narrativas ilustran cómo la masculinidad estaba intrínsecamente ligada a la defensa del honor y cómo cualquier transgresión podía desmoronar tanto la estructura familiar como la identidad masculina.
Estas dinámicas sociales también se reflejan en la literatura, como en El burlador de Sevilla de Tirso de Molina, donde Don Juan representa una masculinidad que se aleja de los ideales tradicionales de virtud y linaje, desafiando el orden establecido a través del hedonismo. Como el propio Don Juan proclama, “¿Tan largo me lo fiáis?” (1.448), su actitud desafiante y despreocupada subraya el rechazo a las normas morales y sociales de la época. La figura de Don Juan refleja una masculinidad que rechaza las convenciones morales y sociales para abrazar una vida de placeres y transgresiones. En su desafío al honor y las normas establecidas, Don Juan afirma: “[y]o engañé y gocé a Isabela” (67), revelando su orgullo por manipular a quienes lo rodean. Siendo noble, Don Juan se aprovecha de su posición social para vulnerar a los demás, explotando la confianza que inspira su linaje y utilizando el privilegio de su cuna para evadir las consecuencias de sus actos. Esto se evidencia en frases como “[c]on el honor le vencí, porque siempre los villanos tienen su honor en las manos y siempre miran por sí” (1.945-1.948), donde desprecia la moral de las clases inferiores, considerándolas fáciles de engañar. A través de su comportamiento, Tirso de Molina critica no solo la corrupción moral de Don Juan, sino también la impunidad con la que la nobleza podía burlar las normas éticas de la época, perpetuando un sistema de poder profundamente desigual.
Como señala Elizabeth Rhodes, esta obra refleja cómo las tensiones de género y poder desdibujan las líneas entre la fragilidad y la autoridad masculina. En El burlador de Sevilla, Don Juan desafía las normas tradicionales de género a través de una compleja actuación que combina características asociadas culturalmente con lo femenino, como la inestabilidad, la irracionalidad y el exceso sexual, con atributos percibidos como masculinos, como el ingenio, la valentía y la virilidad. Como indica el análisis, “Don Juan’s gender performance is a highly sophisticated blend of negative traits associated with Woman (such as instability, irrationality, and sexual excess) and the positive characteristics of Man (for example, courage, ingenio, and virility)” (Rhodes, 271). Este híbrido performativo no solo subraya su naturaleza transgresora, sino que también refleja una tensión entre lo femenino y lo masculino que desafía el orden natural y cultural de su tiempo.
Masculinidad y capitalismo
En contraste con la nobleza, la burguesía emergente en el siglo XVI redefinió la masculinidad en términos de mérito personal y éxito económico, desvinculando su identidad de los linajes aristocráticos. Como señala Guardiola, “la vida del hombre descansa sobre la formulación de una serie de ideas, expresadas en un conjunto conceptual fijo que permanece unido a la cultura colectiva” (117). Mientras que la nobleza, representada por una estructura rígida de honor y virtud, encontraba su legitimidad política en un sistema de relaciones basado en la sangre y el honor, “el honor se convierte por medio de la nobleza en el catalizador de la legitimidad política” (Guardiola, 133), esta visión fue modificada por los nuevos ideales burgueses. En lugar de depender de la herencia, la burguesía promovió un modelo de masculinidad vinculado al éxito económico y el comercio, donde el honor surgía del esfuerzo personal y la capacidad para generar prosperidad, redefiniendo así las jerarquías sociales tradicionales.
Otro fenómeno relacionado con la crisis de la nobleza era la nobleza en venta, un proceso mediante el cual los nobles vendían sus tierras y propiedades para mantener su estilo de vida y, en algunos casos, sus títulos. José Antonio Guillén Berrendero nos explica que “[a] lo largo del siglo XVII, también se documentan ventas privadas de títulos nobiliarios entre particulares que, o bien acumularon más de un título y lograron la autorización regia para enajenar uno de ellos, o bien recibieron del rey un título en blanco para vender” (432). La venta de títulos nobiliarios, anteriormente inamovibles y basados en el linaje, se transformó en una mercancía, lo que erosionaba la idea de honor y masculinidadtradicionales asociadas a la tenencia de tierras y prestigio familiar. El hecho de que la nobleza pudiera vender sus títulos minaba aún más su posición social y su capacidad de cumplir con el ideal de masculinidad patriarcal, ya que el honor y la autoridad masculina pasaron a medirse, cada vez más, en función del dinero y no de los méritos familiares.
En paralelo, otro suceso clave fue laventa de hidalguía, que se refería a la posibilidad de que hombres que no pertenecían a la nobleza, sobre todo de la burguesía, compraran títulos de hidalgo. A diferencia de la nobleza en venta, que afectaba a aquellos que ya tenían títulos, la venta de hidalguía ofrecía a los burgueses la oportunidad de ascender socialmente comprando el estatus de hidalgo, lo cual les permitía acceder a ciertos privilegios, como la exención de impuestos y el reconocimiento social. Sin embargo, esta práctica también desafiaba las nociones tradicionales de nobleza y masculinidad. La nobleza heredada se basaba en el linaje y el honor familiar. Por ello, la hidalguía adquirida mediante el dinero generaba una tensión en torno a la autenticidad de los nuevos nobles y su capacidad para cumplir con los ideales de masculinidad asociados a su nuevo estatus.
Por último, los burgueses, al carecer de la herencia nobiliaria que tradicionalmente confería prestigio y estatus en la sociedad, se vieron forzados a buscar otras formas de construcción de su identidad masculina. A diferencia de la nobleza, que fundamentaba su honor y su poder en la pertenencia a una familia de linaje y en la posesión de tierras y títulos, los burgueses debían demostrar su valía a través de su capacidad para generar riqueza. El comercio, el emprendimiento y las actividades financieras se convirtieron en los medios primarios para alcanzar el éxito y, por ende, para consolidar una identidad masculina que se basaba en su habilidad para proveer económicamente a sus familias. Esta redefinición de la masculinidad contrastaba con los ideales tradicionales de los hombres nobles, cuyas virtudes eran asociadas con la valentía, la nobleza de espíritu y la protección de la honra familiar. Aunque la nobleza miraba con desdén a la burguesía por su falta de linaje, los hombres de esta clase lograron transformar su habilidad para hacer dinero en un nuevo modelo de masculinidad. En este contexto, ser hombre se vinculaba con ser capaz de asegurar la estabilidad económica familiar, lo que les otorgaba, en cierto sentido, un nuevo tipo de honor y reconocimiento social, aunque de manera diferente a la que los aristócratas aspiraban.
Conclusión
La crisis social y económica del siglo XVII en España tuvo un impacto profundo en la percepción y construcción de la masculinidad, ya que los hombres se vieron obligados a redefinir su identidad frente a una nueva realidad, impuesta, principalmente, por la inestabilidad política y económica. La dificultad para cumplir con los roles tradicionales de autoridad y provisión, características centrales de la masculinidad en la época, se evidenció en la nobleza y en la burguesía, cada una enfrentando sus propios desafíos para mantener o adquirir estatus.
Por un lado, la nobleza sufrió una crisis de identidad, ya que la venta de tierras y títulos desdibujó las bases de su honor y prestigio, mientras que la burguesía, al carecer de los mismos recursos heredados, empezó a redefinir la masculinidad a través del mérito personal y el éxito económico. La crisis económica, a pesar de ser una de las causas del cambio de la percepción de honor y masculinidad, también fue una de las soluciones que los burgueses usaron para establecer un nuevo tipo de honor e identidad. Este cambio en los valores masculinos generó una tensión entre los modelos tradicionales de honor y los nuevos modelos que ponían énfasis en la acumulación de riqueza.
En la literatura de la época, se refleja esta transformación a través de los personajes masculinos, que luchan por cumplir con las expectativas sociales y personales impuestas por las circunstancias. Las obras teatrales de autores como Tirso de Molina, Cervantes y Calderón muestran cómo la crisis económica y la inestabilidad social afectaron no solo a las relaciones de poder dentro de la familia y la sociedad, sino también a las nociones de honor y masculinidad.
En resumen, la masculinidad en la España del siglo XVII fue un constructo que estuvo en constante cambio debido a los vaivenes políticos y económicos del momento. Los hombres de esta época, enfrentados a la imposibilidad de mantener los antiguos ideales de honor y autoridad, tuvieron que adaptarse a nuevas formas de poder y respeto social. Esta transformación en la identidad masculina nos ofrece una visión más compleja de las tensiones sociales y culturales de la época y cómo estas influenciaron las estructuras de poder y la percepción de género en la España moderna.
Obras citadas
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